
“Yo soy la Beata Virgen María”. Dijo la madre de Jesús en Medjugorie ya el tercer día de las apariciones, como si no quisiera perder tiempo. Los videntes en este caso eran seis niños de Bosnia-Erzegovina: Ivanka Ivankovic, Mirjana Dragicevic, Vicka Ivankovic, Ivan Dragicevic, Marija Pavlovic e Jakov Colo. Y antes de marcharse, exclamó: “¡Paz, paz, paz y sólo paz!” Detrás de Ella había una cruz, una clara señal de que estaba anticipando el retorno de Su Hijo y con lágrimas en los ojos, repitió dos veces: “La paz debe reinar entre Dios y los hombres y entre los hombres!”
Era junio de 1981 y el mundo parecía enloquecido. Después de la gran crisis económica de los años ’70 estaban naciendo, no sólo en la ex Yugoslavia, animosidades nacionalistas y odios racistas y religiosos.
En poco tiempo batallas fratricidas estremecerían las regiones de los Balcanes con crueles masacres, fosas comunes, violaciones. En Sarajevo caerían alrededor de 1.000 bombas por día. En la parte Este de la ciudad de Mostar en 4 meses cayeron 120.000 granadas.
La palabra “paz”, en este contexto poco tranquilizador, tiene evidentemente un sonido estridente, terrible, en una tierra en la que hombres y mujeres que antes vivían como hermanos se vieron divididos y como enemigos, sin casa, con familiares, parientes, amigos asesinados y cuyos cuerpos serían hallados posteriormente en fosas comunes anónimas, sin que los culpables de las masacres fuesen castigados.
También en el resto del mundo se desencadenarán sucesivamente conflictos inhumanos y sangrientos, ante la casi total indiferencia de los pueblos. El hambre crecerá desmesuradamente, junto con las injusticias sociales y económicas puestas en practica por aquellos que dominan el planeta.
La Santa Virgen tiene muy poco que añadir con respecto a cuanto ya había dicho hasta ese momento en La Salette, en Fátima, en Garabandal y en Peña Blanca. La única solución sigue siendo siempre la conversión y una verdadera fe
Sobre estos temas la Virgen insiste mucho en Medjougorie, porque son fundamentales.
Convertirse significa no sólo “cambiar vida” genéricamente, sino cambiar la propia visión del mundo, de nosotros mismos, rechazando la cultura materialista de la posesión, del aparentar, para redescubrir nuestra verdadera naturaleza, la de hijos de Dios. Es necesario volver a apropiarse de la verdadera cultura, la espiritual: amonesta a los creyentes para que conozcan la palabra de Su Hijo a través de la lectura del Evangelio y de la Biblia. Sin conversión, sin una visión diferente de la relación entre el Creador y las criaturas, no puede haber paz “¡entre Dios y los hombres y entre los hombres!”. La conversión ha sido el tema recurrente en todas las demás apariciones, pero en Medjugorie no parece una invitación materna sino más bien una sentida súplica.

La Virgen María sabe lo que es la Fe y por ésto se prodiga para que sea la luz de cada acción nuestra: incluso cuando rezamos.
De hecho se hace insistente la invitación a la oración, pero en Medjugorie subraya, “hecha con verdadera fe”.
La Fe ha sido la fuerza de Aquella que ha antepuesto la palabra del Ángel anunciador a todo lo demás: ha vivido toda la vida en la fe de ese Hijo anunciado, del cual ha compartido la pasión, la crucifixión y la resurrección.
Otra recomendación de la Beata Virgen María concierne la falta en el hombre del sentido del sacrificio y el abuso de comida que, sobretodo en la civilización del bienestar, ya no es más una necesidad fisiológica y energética, sino un placer físico: el ayuno representa un momento de concentración en las cosas espirituales y una purificación física y anímica. Con el ayuno, además, es posible demostrar como la Virgen esté siempre al lado de los pobres y de los necesitados y de como exhorte a hacer actividades de compromiso social en contra de las diferencias y de las injusticias creadas por los ricos.
Las últimas recomendaciones y directivas que la Virgen deja a sus jóvenes videntes son un señal evidente de la inminencia del retorno de Cristo.
La “Cristófora” por excelencia, es decir, aquella que lleva a Cristo, efectivamente les transmite diez secretos que interesan a toda la humanidad. Con ellos resulta clara la voluntad de María de intentar salvar al mundo hasta el último instante.
Mirjana ha recibido diez secretos y los conoce, conoce la forma y el tiempo en que ocurrirán. Le ha sido dado el cometido de comunicarlos a un fraile capuchino escogido por ella misma, Padre Petar, con diez días de anticipación. Mirjana y el fraile pasarán una semana en oración y ayuno. Luego Padre Petar revelará los secretos a todo el mundo tres días antes de su cumplimiento. Mirjana ha anticipado la llegada de una gran señal en el lugar de las apariciones, en Medjugorie, una señal que todos verán. Será una señal que tocará interiormente a los hombres y les impulsará hacia un cambio.
Es evidente el amor de la Madre de Jesús por la humanidad, a la cual desearía ver redimida en su totalidad y al servicio de Su hijo.
Una vez la Virgen dijo a los videntes: “Si conocieseis mi amor por vosotros, lloraríais de alegría”. Y Mirjana añade: “Después de la gran señal sucederá un evento dramático y después seguirá un periodo de paz”.
Una vez más y con la determinación de lo apremiante de los eventos, se vuelve a ratificar lo que ya fue anunciado en Garabandal: estamos en pleno cumplimiento de los últimos tiempos, del retorno del Esposo, como dice la conocida parábola evangélica. En efecto, Mirjana advierte de no tener miedo, sino de afrontar los eventos con Jesús en el corazón, porque quien tiene al Señor en el primer lugar en el corazón y en la mente, como las vírgenes sabias, no tiene nada que temer y no será tomado desprevenido cuando retornará Aquel que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos e instaurará el reino de Dios en la Tierra.
Mientras tanto hay que recordar que en todo el mundo están ocurriendo manifestaciones asombrosas: no hay un día en el que no haya una estatua, un cuadro, una foto de la Virgen María que llore lágrimas humanas o de sangre. Esto sucede en todos los cinco continentes y en todas las regiones del mundo.
Contemporáneamente señales indiscutibles de la presencia de civilizaciones no terrestres se manifiestan en los cuatro puntos cardinales de la tierra y demuestran que los “seres” que provienen del universo acompañan a “Aquel que vendrá sobre las nubes con gran potencia y gloria”.
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